Bioluminiscencia: luces vivas, luces para vivir

La bioluminiscencia está en todas partes en la tierra, sobre todo en el océano, desde el rape en las profundidades hasta el destello de los dinoflagelados en la superficie. Aquí, Thérèse Wilson y Woody Hastings exploran la historia natural, la evolución y la bioquímica de la diversa gama de organismos que emiten luz.

Mientras que algunas bacterias, hongos e invertebrados, así como los peces, son bioluminiscentes, otros vertebrados y plantas no lo son. La distribución esporádica y la escasez de formas luminosas requieren una explicación, al igual que el hecho de que grupos no relacionados desarrollaron caminos bioquímicos completamente diferentes hacia la luminiscencia. Los autores exploran la hipótesis de que muchos sistemas diferentes de luciferasa surgieron en la evolución temprana de la vida debido a su capacidad para eliminar el oxígeno, que era tóxico para la vida cuando apareció por primera vez en la Tierra. A medida que el oxígeno se hizo abundante y la bioluminiscencia ya no era adecuada para la eliminación de oxígeno, se desarrollaron otros mecanismos antioxidantes y la mayoría de las especies luminosas se extinguieron. Aquellas especies emisoras de luz que evitaron la extinción desarrollaron usos con valor de supervivencia para la propia luz. Los organismos luminosos de hoy utilizan la bioluminiscencia para defenderse de los depredadores, para sus propios fines depredadores o para comunicarse en el cortejo sexual.

La bioluminiscencia se consideraba anteriormente como una característica fascinante del mundo vivo, pero cuyo estudio parecía poco probable que contribuyera de forma práctica. Hoy en día, la bioluminiscencia ya no es un área de investigación esotérica. Las aplicaciones son numerosas, desde la detección rápida de contaminación microbiana en la carne de res y el agua, hasta encontrar la ubicación de las células cancerosas y resolver circuitos en el cerebro.